Obregón: la ciudad que se resiste a perder su orgullo

Por: Eduardo López/Colaborador

Ciudad Obregón.- A los obregonenses se les daba el título de “creídos” en otras partes del país, bajo el aval de una historia de éxito y riqueza agroindustrial. Hoy, Ciudad Obregón es distinta: afligida por la violencia, una economía que no despunta y mal humor social. Sin embargo, está en la búsqueda por renovarse

La riqueza que germinaba en la extensa alfombra de tonos verdes y dorados del Valle del Yaqui era proporcional al orgullo que los locales, y también quienes llegaban de fuera, sentían por ser de aquí o por pisar estas tierras.

Y ese patrimonio agrícola se convertía en dinero constante y sonante en los bolsillos de los hombres y las mujeres que vivían del campo. En las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta, el empleo era pleno y “hasta el más chico ganaba su tostón”, como reza la canción Sonora querida, himno de esta entidad.

En 1927 se fundó Cajeme como municipio, que luego se conoció más como Ciudad Obregón, urbanidad que se estableció como la cabecera municipal, una ciudad de avanzada para la época. Su trazo urbano, que rayaba en la perfección, diseñado por los “americanos”, era ejemplo en México y otro motivo más de orgullo para los originarios de dicha ciudad.

La prosperidad de la región se detonó con la apertura de más tierras agrícolas derivado de la construcción de la presa Álvaro Obregón y los canales Alto y Bajo que irrigaron el vasto valle, lo cual permitió comenzar a producir ya no solo para el mercado nacional, sino también para exportar a otros países.

Motivo de máximo orgullo para los cajemenses que nacieron hasta los años ochenta es “la revolución verde”. Iniciada en los cincuenta por el doctor Norman E. Borlaug, puso a Ciudad Obregón y su actividad agrícola en la mira internacional, al constituirse este hecho como un hito que marcó a la producción de alimentos en el mundo.

La hazaña le valió al estadounidense recibir el Premio Nobel de la Paz en 1970, acto al que fue acompañado por agricultores cajemenses quienes viajaron hasta Suecia.

Riqueza agrícola de Ciudad Obregón
“Aquí es donde se alcanza un máximo esplendor como economía agrícola pujante que permitió hacer de Ciudad Obregón una de las ciudades más prósperas de México, admirada por todos y con un crecimiento más o menos armónico en cuanto al urbanismo y las oportunidades de trabajo que había”, expresa Sergio Anaya Mexía, periodista e historiador cajemense.

Ya en los años sesenta la zona urbana se consolida como un sitio limpio, moderno, bien iluminado, destaca Anaya, que despertaba la sorpresa de propios y extraños, hecho que dos décadas más tarde le valió la denominación de la ciudad más limpia de México.

A principios de mayo la verde alfombra del Valle del Yaqui se torna de color dorado al estar lista la espiga del cereal para la cosecha.

“Obregón tiene un trazo muy bueno que facilitó el extensionismo, la ciudad se trazó cuando se empezó a desarrollar el Distrito de Riego, en cuadriláteros de 400 hectáreas, con calles paralelas. Entonces, en ese orden fue muy bueno”, apunta.

De distrito arrocero a cultivar algodón y luego al trigo en la mayor parte de sus tierras. En esta zona agrícola las reuniones sociales para la clase alta, como el Baile del Trigo, el Baile del Algodón y la Noche Mexicana, eran tan concurridos como las fiestas populares con nombres como el Baile del Quemado, el Baile del Piojillo y el Baile de la Guayaba.

Era vanidad para los cajemenses trabajar para los empresarios y agricultores del valle con apellidos importantes, principalmente con la dinastía de los Robinson Bours Almada. Motivo de orgullo era pasear a un foráneo por el bulevar Náinari y señalar “esta es la casa de los Bours”, cuando llegabas a la calle Veracruz.

Una ciudad que era también admirada por quienes llegaban de otras latitudes debido a sus calles anchas. Por tener uno de los mejores parques infantiles, el “Ostimuri”, en el noroeste de México, compañero fiel de la Laguna del Náinari y del complejo deportivo Álvaro Obregón.

Causa de envidia en los años ochenta y noventa era tener el Centro Médico Nacional del Noroeste y los siete niveles del edificio del IMSS ubicados por la calle Guerrero; también una moderna central de autobuses, un aeropuerto con un vuelo diario a la Ciudad de México y la Plaza Tutuli, el primer centro comercial de Sonora con tienda departamental, supermercado y dos salas de cine bajo un mismo techo.

Julio César Pablos Ruiz, empresario, expresidente de Canacintra en Ciudad Obregón e integrante de la organización civil Cajeme Cómo Vamos, coincide en que el máximo orgullo y riqueza del municipio nace con el Valle del Yaqui y su actividad agrícola.

“Cajeme nace, crece y es tremendamente exitosa desde sus orígenes por la inmigración de grupos de diferentes lugares del mundo, europeos, americanos, que se establecieron en el valle y emprendieron sus proyectos agrícolas, al menos cuatro generaciones hicieron lo mismo de principios de 1900 a 1980, a la par de factores políticos que hicieron que eso sucediera”, enfatiza.

Hubo también factores políticos, explica, que convergieron para el crecimiento de la localidad, como los nombres de destacados empresarios locales que hicieron carrera en la administración pública, además de una visión federal que apoyaba al campo.

Los 80s: punto de inflexión para la clase trabajadora
A partir de la década de 1980, una serie de factores políticos, sociales y económicos, principalmente el declive del modelo de economía agrícola que había puesto a Cajeme en la mira internacional, comienza a debilitarse.

“Poco a poco las nuevas condiciones van concentrando más la riqueza agrícola en un sector menor de la población y a todos aquellos que una vez tuvieron una situación como clase media rural modesta, van desapareciendo y se van convirtiendo en jornaleros, en obreros, mientras que en la ciudad los capitales fuertes locales van dando paso a un nuevo tipo de capital con inversiones foráneas”, subraya Sergio Anaya.

En los años noventa, continúa, llegaron a la ciudad las industrias maquiladoras y grandes supermercados con empleos en masa y bajos salarios, que contribuyeron a acentuar los desequilibrios entre las clases sociales locales y comenzaron a observarse los llamados “cinturones de miseria” y con ello un debilitamiento del tejido social, a la par de un desencanto general.

Anaya precisa que en Cajeme no se han logrado consolidar proyectos de importancia económica y social. De estos últimos, por ejemplo, en términos culturales y educativos, a pesar de que en Ciudad Obregón hay alrededor de 20 centros de estudios superiores, no se ha podido crear un ambiente universitario como en Hermosillo y otras ciudades del país.

¿Qué pasó, entonces, con Cajeme?
Donadieu Félix, por su parte, cree que si tuviera una respuesta para decir qué es lo que pasó con Cajeme probablemente obtendría un premio Nobel como el de Norman Borlaug.

“Lo que puedo hacer es reflexionar sobre esta pregunta. Definitivamente, en parte se debe a que no hemos crecido en la región con la suficiente rapidez, aunque no podemos cargar todo a lo agrícola, a la industria, pues, no se le puede criticar, el mismo Bachoco que nació aquí, que los dueños son de aquí, tienen sus oficinas en Celaya, Guanajuato, pero allá les conviene estar”, cuenta.

Pero faltó más crecimiento en otros sentidos, detalla, además de que no se puede negar que hubo un cambio de filosofía y de espíritu entre los líderes, los empresarios y la misma población.Las manifestaciones de productores agrícolas son comunes en la región de Cajeme, particularmente para exigir apoyos de parte de las autoridades.

“Sí te da tristeza platicar con la gente, no es el mismo entusiasmo, el mismo cariño de antes, no quisiera especular porque luego terminas hablando mal de alguien y a lo mejor no es el culpable, pero definitivamente sí hay ese fenómeno, no lo puedo negar, es cosa de platicar con los jóvenes”, afirma.

Se podría señalar que el declive de la actividad agrícola en la región comenzó con el reparto agrario, expone Julio Pablos, hecho histórico que metió un freno al desarrollo económico, sumado a una nueva generación de empresarios locales que pareciera ya no tenían amor por la tierra, el empuje y el emprendimiento de cuatro generaciones anteriores.

“En los setenta hubo también gente muy productiva que estudió fuera y ya no regresó, entonces esa serie de combinaciones se sumaron a que en los noventa la política estatal determinó qué regiones iban a crecer y entre esas regiones no estábamos nosotros, no estaba el Sur de Sonora”, lamenta.

Malos gobiernos y violencia
El menoscabo social y económico en Cajeme se observa principalmente en Ciudad Obregón, la cabecera municipal, con un deterioro del equipamiento urbano derivado de malas administraciones gubernamentales en los últimos 20 años, según las fuentes entrevistadas.

Sergio Anaya enumera al menos dos sitios emblemáticos urbanos que fueron modificados para mal: el Parque Infantil Ostimuri y la Laguna del Náinari. Antes motivo de regocijo de los cajemenses, ahora son áreas que han perdido encanto debido a proyectos de modernización de administraciones estatales y municipales, que no fueron concluidos.

Otro ejemplo, puntualiza, es el de la Plaza Álvaro Obregón, el zócalo de la ciudad, donde se planteó una mejora futurista, pero solo quedaron estructuras que están en desuso con fuentes públicas que no funcionan y con una menor cantidad de árboles.

La Laguna del Náinari es conocida también como un santuario para diversas especies de aves y anfibios, como tortugas y reptiles, como algunos tipos de lagartos. Crédito: Mónica Valdivia
“Fue desapareciendo ese orgullo y nos fuimos convirtiendo en una sociedad donde cada vez tuvimos menos de qué enorgullecernos y más de qué avergonzarnos”, considera, “y a ello mucho contribuyó, sobre todo a partir del año 2000, el manejo de los gobiernos municipales, que como conjunto de cuates llegaron a explotar la ciudad, a esquilmarla, a administrar en beneficio de un grupo político o empresarial”.

Pablos Ruiz coincide: “En los últimos años hemos estado sufriendo de muy malos gobiernos municipales, tremendamente malos, me refiero a lo mejor a cuatro o cinco trienios para atrás, donde el manejo y el uso de los recursos públicos ha sido de una opacidad espantosa, una corrupción de niveles inimaginables y un deterioro tremendo de la parte urbana”.

Otro componente negativo, agrega, es la debilidad de un activísimo ciudadano que hasta los años ochenta era fuerte, tomador de decisiones y productivo respecto a lo que se hacía en la ciudad, mismo que se debilitó al grado de ser una sociedad pasiva y permisiva respecto a las decisiones de Gobierno.

Todo este conjunto de factores negativos, apunta, se suma al fenómeno de violencia que genera una percepción poco favorable de los cajemenses hacia su entorno, al observar calles destrozadas, mal alumbrado público, drenajes colapsados y parques abandonados, entre otros.

“La situación de violencia, sobre todo aquí en Obregón de asesinatos dolosos derivados de esta guerra entre narcos y narcos, pues creo que esas dos cosas, la infraestructura urbana y este fenómeno de violencia ha provocado que la percepción de nosotros como ciudadanos nos ponga en un estado negativo o de depresión colectiva sobre nuestra ciudad”, abunda.

El exilio como forma de mantener un buen nivel de vida
La suma de todos los factores que de forma paulatina fueron ahondando la crisis en la que viven hoy quienes habitan en Ciudad Obregón abonan a un desánimo generalizado, considera Jesús Durán Pinzón, sociólogo y maestro de la Universidad de Sonora.

“Cuando vemos que no se tiene acceso a un salario, que las oportunidades laborales van desapareciendo, y si a esto le sumamos un tercer factor que en los últimos años ha sido notorio, que es la violencia y los asesinatos, el asunto se vuelve caótico y la gente empieza a tener un desánimo generalizado”, argumenta.

Al conjugarse estos factores, agrega, a nivel sociológico y como la prioridad de la sociedad es estar en un sitio donde puedan crecer y desarrollarse de manera positiva en todos los ámbitos de la vida, ante la transformación de muchos de sus elementos sociales, buscan emigrar hacia sitios que les permitan la plenitud, hecho que ha ocurrido en Cajeme.

Ejemplo de la emigración que sufre Ciudad Obregón es Mónica, quien dejó la localidad para instalarse en Guadalajara, Jalisco, en busca de una mejor oportunidad laboral y de desarrollo para su hija, luego de resistir por años para no irse de esta ciudad donde habitó siempre junto con su familia.

“Yo no tengo dudas de que a corto plazo sí voy a crecer profesionalmente y también económicamente”, expone, “y en el tiempo que llevamos fuera yo considero que mi hija es la que más se ha beneficiado de la salida de Obregón por el desarrollo que ha tenido deportiva y académicamente y con las relaciones de amistad que ha hecho”.

Mónica cree que más personas dejarán Ciudad Obregón, impulsados por las condiciones laborales que imperan en la ciudad y, aunque en menor medida, también por la situación de violencia por la que atraviesa la localidad.

“En especial lo harán quienes han estado afectados de manera directa por un hecho violento”, expresa.

Pesa más lo positivo
Aunque es coincidente el hecho de que en Cajeme hay un mal humor social, el municipio cuenta con factores positivos que, empleados estratégicamente, pueden ayudar a revertir la situación actual.

Con 53 años de fundado, el Comité de Promoción Social del Valle del Yaqui (Provay), ha sido testigo de las necesidades sociales de diferentes tiempos en Ciudad Obregón, pero también de la intención y las ganas de apoyar de los cajemenses para mejorar el tejido social y proveer mejores espacios para vivir.

“Ha habido muchos cambios históricos, económicos, sociales, que rigen la dinámica de la comunidad, de la sociedad. Las problemáticas sociales son distintas a las de los noventa o los dos mil, aunque hoy definitivamente el tema tiene que ver con la seguridad que a todos nos preocupa y nos ocupa, en el sentido de promover el capital social y el apoyo comunitario”, expresa Lizeth García Verdugo, directora de Provay.

Es esta una ciudad que tiene el mayor número de organizaciones de la sociedad civil formales, continuó, constituidas porque a sus integrantes les nace una causa determinada, aunque también hay grupos no formales integradas por grupos de vecinos, por ejemplo, que se unen para atender problemáticas de su cotidianeidad.

Julio Pablos enumera las ventajas que tiene Cajeme: una economía fuerte con recursos naturales como tierra y agua para la industria, población joven y 22 centros universitarios, gas natural, un aeropuerto internacional con características especiales para la aeronáutica, puertos cercanos, vías férreas y terrestres y una sociedad civil organizada.

“En sí, en Cajeme tenemos una sociedad con características fuertes, como importantes arraigos, cosas interesantes como por ejemplo la parte culinaria muy característica como el dogo, los tacos, en la parte social creo que sí somos una comunidad que tiene mucho que ofrecer”, considera.

La Laguna del Náinari, conocida también como “la novia de Cajeme”, es el principal atractivo de la ciudad y punto de reunión para locales y foráneos. Crédito: Mónica Valdivia
Anaya Mexía señala que hay dos factores positivos que ayudarán al municipio a salir de su condición actual. Uno de ellos es la sociedad que está acostumbrada al trabajo y el segundo son las instituciones civiles de ayuda.

“Contamos con una población muy trabajadora”, asegura, “estamos acostumbrados al trabajo y eso es una virtud de que ante las adversidades le echamos muchas ganas y la otra es la participación, como pocas ciudades Cajeme tiene grupos civiles de altruismo, donde mucha gente anda viendo cómo ayudar”.

 

Reportaje publicado originalmente en; https://noro.mx/obregon-la-ciudad-que-se-resiste-a-perder-su-orgullo/amp/

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